"" Las letras son lo unico eterno, la memoria no, esa se borra cuando el cuerpo desaparece....""

martes, 19 de junio de 2012

Salud por nuestro amor


El día que morí tenía 33 años, curiosamente la edad de Jesucristo. Ese día los niños rompían piñatas en las escuelas y se tiraban al piso por los dulces y de no haber sido por la serie de eventos que se dieron desde hacía un año antes, yo hubiera estado dando clases y organizando una fiesta con mis alumnos. Los extraño, ya ni se han de acordar de mí. Se me ocurrió morirme a las 8:17 de la noche, no hacía calor ni frío. En el cuarto del hospital estaban mi esposa, mi hermano mayor, su esposa, mi madre y unos tíos esperaban noticias en el pasillo. Para todos era una sorpresa trágica lo que sucedía, menos para mí esposa y para mí, claro. Me puse mal desde la mañana, nunca había estado tan débil como ese día y tenía mucho calor, tanto que le pedí a mi hermano que pusiera una colchoneta en el patio y con una manguera empecé a refrescarme. Me encontraba de vacaciones junto a mi esposa en la casa de mi hermano, en el pueblo donde nacimos, sin saber que no iba a volver de ese viaje con vida. Me fallaron las cuentas pues empecé a sentirme mal una noche antes, yo creí que sería después pero evidentemente no estaba en mis manos el desenlace, la muerte te agarra andes donde andes. La ultima vez que vi a mis sobrinos fue en ese momento, aun recuerdo con claridad a esa niña de 12 años que entro a guardar la bicicleta morada que le acababan de regalar en navidad, me sonrío desde lejos y me dijo adiós con la mano a modo de saludo y yo respondí con el mismo gesto, quien iba a decir que en realidad no nos veríamos mas el uno al otro. Nunca me había sentido tan débil como aquel día de hecho después de ese día no volví a sentir nada corporal, extraño el dolor de los raspones, la desesperación de las cosquillas, provocar la risa de las personas nunca fue cosa difícil y también lo extraño, el sabor de la comida, del agua, de mi mujer, del alcohol. La noche anterior a mi muerte me desperté temblando a las 2 am, no paraba de sudar, sentí un dolor agudo en la caja abdominal, no pude continuar erguido y mi boca se convirtió en un grifo que dejaba salir un chorro a presión de contenido estomacal mezclado con sangre. Le pedí a mi esposa que limpiara todo y que me acompañara a tomar una ducha helada para que mi cuerpo estabilizara su temperatura. -tiene que servir de algo- pensé y aún por las noches recuerdo el rostro de esa chiquilla de 20 años embarazada de 9 meses, pálida de miedo detrás de las gotas de agua que resbalaban de mi frente y empañaban mi mirada. Sus ojos tenían tanto miedo como el que tenían los míos, los dos sabíamos que mi la marcha de mi reloj de arena había llegado a su fin. Tenía ya un par de días sangrando de las encías y podía notar el color amarillento de mis ojos frente al espejo, aun así no le dije a nadie lo que me pasaba y le ordené a ella no decir una palabra. Total, la muerte ya andaba rondándome, la sentía esperando paciente cerca. No pude escoger mejor mujer, nadie me entendería nunca como lo hizo ella, nadie quitaría mi sed de alcohol como lo hizo ella, nadie iría a escondidas de mi madre por la noche a comprarme ron, nadie escondería tan bien las botellas y nadie me ayudaría a curarme las crudas como mi esposa. Me amaba, por eso le pedí que me acompañara por los papeles de los seguros que había adquirido durante años, mi doble plaza de maestro me permitía asegurar su futuro y el de mi bebé que estaba a punto de nacer. Aquel día a puerta cerrada hice el cambio de beneficiados y esa maravillosa, jovencita e inocente mujer me regalo una botella de tequila para festejar – ¡por tanto amor que nos tenemos!-  dije -¡salud! –
Morir no duele tanto como creía, es como cuando la consciencia se va apagando poco a poco y te sumerges en la oscuridad sin querer hacerlo, como cuando luchas con tu cuerpo adormecido para mantenerlo despierto y terminar de ver una película, sin querer hacerlo todo se va a apagando, los sonidos, los rostros, las luces, el tacto de la mano que sostenía mi mano también se apagó lentamente. Cuando desperté tardé un momento en reconocer el lugar donde me encontraba, supe por las luces desvanecidas por la velocidad en la ventana que era un auto. Con las manos palpé mi cuerpo inerte y frío como los objetos inanimados. En la madrugada llegamos a la casa de donde había salido tambaleando unas horas antes. Entre 4 hombres cargaron mi féretro y lo metieron a la casa que se encontraba ya esperándome con velas y arreglos florales. Poco a poco fueron llegando mis familiares, unos estaban ahí ya desde que llegamos. Muchos lloraban y se acercaban a verme a través del cristal, otros tenían miedo de hacerlo. Es verdad cuando dicen que todos los muertos parecemos dormidos, sin duda alguna así es. 

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