El relato siguiente no me es fácil contarlo, no tanto por el estigmatismo social del que puede ser victima, si no por las personas que fueron parte de los hechos, muy allegadas a mi y por lo tanto las mantendré en el anonimato, así como mi nombre, que cambiare por Don Pedro.
En ese entonces contaba con 10 años. Mi familia y yo vivíamos en una ranchería en el norte del país, mi padre era ganadero y cuidaba las parcelas durante las noches y mi madre se dedicaba al hogar, donde el calor es insoportable y el frío no se queda atrás. Todo sucedió en el verano de 1957. Esa noche me despertó un grito a lo lejos, casi como un murmullo. Lo atribuí a mis sueños así que fui a la cocina y tomé un vaso con agua y volví a dormir. A los diez o quince minutos se repitió la acción, otro grito de mujer, esta vez mas cercano y mas fuerte. No entiendo como fui el único que escuchó. Me mantuve despierto esperando un nuevo grito o algo que me indicara que estaba sucediendo afuera, no volví a escuchar nada y ya no supe en que momento me quede dormido. A la mañana siguiente me sentía algo débil, como desvelado. Las tareas del hogar se desarrollaron como de costumbre, mi padre llegaba del campo en la tarde y cuando el sol se metía regresaba a las parcelas. Mi madre había salido al pueblo y no tardaría en llegar. Mis dos hermanos pequeños jugaban en los alrededores. Me estaba poniendo el pantalón cuando vi por la ventana el mecer de los árboles y el cielo comenzaba a nublarse anunciando una tormenta cuando se escucharon los cascos de unos caballos que se acercaban. Los reconocí por sus ropas. Eran tres campesinos y uno de ellos traía a uno más inconsciente en el regazo. Llegaron a casa y mis hermanos y yo nos acercamos, ellos lo bajaron y se descubrió su rostro: era papá que estaba como dormido, con la ropa ensangrentada. Nos miramos unos a otros y yo no entendía lo que decían. Mamá llego casi al instante, corriendo, seguida de su comadre. Mis hermanos abrazaban a papá, parecían intentar despertarlo. Y se soltó la tormenta. Esa noche mamá nos mando a dormir y nosotros nos asomábamos por los orificios de la puerta para ver a la gente que llegaba, las señoras de negro rezaban al rededor de la mesa del comedor donde reposaba nuestro padre. A media noche desperté y camine hacía donde se encontraban todos reunidos, giré la cabeza hacia la puerta y pude ver como llegaba papá con su sombrero de trabajo y su bolsa de herramientas, se acercaba hacia la entrada y cuando dio unos pasos dentro de la casa, escuche el grito desgarrado de mujer y cuando volví a ver a papá, ya no estaba. Desperté con un dolor terrible de estómago, y ganas de ir baño.
Al día siguiente fuimos al panteón y lo enterramos. El día se paso lento, los niños preguntaban a cada rato por su padre y mamá no hablaba una palabra. En la noche del segundo día hacía mucho frío y se podían escuchar aullar a los coyotes a lo lejos como presagiando el infortunio en el que habíamos caído sin darnos cuenta. A la tercera noche volví a escuchar el grito de nuevo, mas cercano, como si estuviera en la puerta de la vivienda y para ese entonces ya me era imposible conciliar el sueño. No pegaba el ojo durante la noche, cubierto hasta la cabeza por la cobija, temiendo que fuera viva o muerta la dueña del grito, se iba a meter a la casa. Por el día caminaba como zombie, me faltaban las fuerzas y al caer la noche un erizar de vellitos me recorría el cuerpo. Veintinueve noches de gritos continuos hacían estragos en mi cuerpo y en mi estado mental. A veces me quedaba observando a la lejanía, como queriendo descifrar esa situación tan extraña. No me animaba a contarle a mi madre lo sucedido pues bastantes problemas tenía ya con encontrar un sustento para mi y mis hermanos, se iba al mercado a vender frutas y yo me quedaba en casa cuidando a los niños. No la veíamos hasta en la noche y seguía sin articular palabra. Cuando llego la noche numero treinta, tome valor de no se donde y salí de la casa en cuanto se escucharon los gritos a la lejanía, ya se acercaba. Me escondí detrás de unos matorrales y pude ver como el lamento se convertía en mujer, que avanzaba hacia la casa lentamente, mirando para todos lados, tocándose la cara y el vestido negro, como queriendo desesperadamente quitarse algo invisible del cuerpo. Jamás olvidare lo que observe y en este momento en que te cuento aun siento el cuerpo erizado, pude ver como la mujer se arrodillaba frente a la casa, con la ropa y las manos ensangrentadas, saco algo que traía entre las telas del vestido, escurrían de sangre, parecían intestinos, los abrazaba, los olía, los lamía y pronunciaba unas palabras que no pude distinguir, después los engullía con una prisa evidente y los ojos desorbitados, sentí tanto asco que di un paso atrás involuntario, sin querer pise una rama seca y la mujer volteo al escuchar el ruido... pude ver su rostro detrás de la sangre... era mi madre, pero mas sucia y mas distante. Cruzamos miradas durante unos segundos y mis pies comenzaron a correr en automático. Esa noche dormí en el granero, con un machete abrazado a mi cuerpo. Huí del pueblo con mis hermanos al día siguiente y de mi madre, no supimos nunca nada. Pero en las noches un grito lamentoso me despierta y al abrir los ojos puedo verla hincada en el piso, engullendo las tripas sangrientas y lo que mas me aterra son sus ojos... que me miran.... como queriendo saciar su hambre infinita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario